Ínfulas de rico, pobres realidades

El ingreso es igual al producto. Si aumenta el salario y no lo hace de acuerdo con el producto, fue que en algún lugar no creció el ingreso.

El salario mínimo que se definió en 5,9% para 2018 y el proceso para determinar el mismo deberían analizarse desde varias perspectivas. La primera es la falla estructural que hace que desde que se ideó el escenario de concertación hace 21 años, solo 24% de las veces se haya logrado por acuerdo de las partes y el resto fuese decretado sin arreglo entre las mismas. Lo peor es que parte del problema surge de las pretensiones de los trabajadores, que no se corresponden con nuestra economía, y donde ya es común que pidan aumentos de dos dígitos. La última negociación, pidiendo aumentos de 10% y 12%, en medio de un estancamiento económico que lleva tres años, brilla por su irracionalidad pues no solo ha sido evidente el deterioro del empleo sino la cuasi recesión de la gran mayoría de actividades productivas. La segunda falla es que, aunque la mala situación económica evidencia que el problema de competitividad no es de tasa de cambio sino de productividad, los empresarios terminan accediendo a aumentar el salario uno o dos puntos por encima de la inflación. ¿Quién, en verdad, cree que en Colombia la productividad laboral creció en 2017 o cree creció cerca de 1,5%?

Cifras revisadas indican que entre 2001 y 2015 el salario mínimo aumentó 125%, entre tanto la productividad del personal ocupado de la industria –excluyendo refinación de petróleo y mezcla de combustibles– aumentó por debajo, 112,5% a nivel nacional y solo 76,4% en Bogotá. No sorprende entonces que en esas condiciones el personal permanente en las plantas productivas de la industria –sin refinación– en el país haya crecido apenas 19% y en Bogotá parcamente 7%.

El contraste entre el salario mínimo y la productividad es muy oneroso para sectores donde la manufactura por trabajador no ha crecido, como es el caso de la fabricación de formas básicas de caucho, o donde ha crecido relativamente poco, como ocurre en sustancias y productos químicos básicos. En esta última, el producto agregado por trabajador creció en 14 años apenas 17,7%. Situación ineficaz que se repite en sectores como el de acabado de productos textiles o en el de fabricación de artículos de punto y ganchillo. Así no nos guste, la realidad del 62% de las manufacturas colombianas es que crecen menos en valor agregado por trabajador que lo que se decreta de aumento del salario mínimo. Apenas en 46 de las clases industriales de las 120 manufactureras, el producto por trabajador creció más que el salario mínimo en lo que va de este siglo.

Quienes hablan por los trabajadores posiblemente dirán que el aumento del salario mínimo obedece a la inflación y a compensar la misma. Pero esa explicación tampoco es cierta. La canasta familiar en Colombia aumentó, desde principios de 2001 hasta finales de 2015, 103,5% y en Bogotá ese aumento fue de 99,7%. Más significativo es que en el siglo XXI el salario mínimo ha aumentado 200%, incluyendo el de 2018, en tanto la canasta básica familiar de los hogares de bajos ingresos ha aumentado 149,9%.

Para las familias de bajos ingresos el vestuario ha aumentado 27,6% en el nuevo milenio y la educación 134%, cifra muy similar a la vivienda.

¿Qué ha aumentado más que el salario mínimo en la canasta de los hogares de bajos ingresos? Trece de los 181 gastos básicos que la componen y que pesan 23% de la canasta han aumentado más de 200%. En especial, para familias de bajos ingresos el combustible este siglo ha aumentado 412,6%, los servicios públicos 328,9%, los tubérculos 306%, las frutas frescas 304,9%, la panela y el azúcar 281,4%, el transporte urbano 234,4%, las hortalizas y legumbres frescas 228,1%, y la medicina y otros gastos relacionados 206,5%.

Pero el resultado es justamente el contrario al que esperarían los defensores de los intereses de los trabajadores. Con las cifras citadas querrán decir que gracias a los aumentos del salario mínimo por encima de la canasta básica han generado mejores y mayores condiciones de bienestar para la clase trabajadora. Dado que esos incrementos no se justifican por productividad laboral, la respuesta desde las plantas de producción industrial a nivel nacional es un aumento de 41% en la contratación de personal temporal. En Bogotá la cifra es de casi 90%. Una sucesiva mayor velocidad de creación en el empleo temporal que en el permanente es justo lo que va en detrimento de una mayor sostenibilidad para la calidad de vida y del empleo de la clase trabajadora de más bajos ingresos.


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