La sociedad en la que vivimos siempre busca culpar a la
mujer. Eso fue lo que sucedió, cuando el
hombre pecó; lo primero que hizo fue señalar con el dedo a la mujer. “Dejando
de ver parte de sus dedos lo señalaron a él”.
Sucede hoy en día con muchos de nuestros problemas sociales donde el
hombre, en vez de tomar la responsabilidad que le corresponde diciendo: Yo hice
mal; lo que hace es señalar al más frágil.
Por esto, hay muchas mujeres que cargan con culpas que no le pertenecen.
Es triste vivir en una sociedad que, buscando una solución
para un problema inmediato, lo que hace es acusar y responsabilizar a su madre,
a su esposa, a sus hijas. La mujer no
puede seguir cargando con las culpas sociales del mundo. Nos relatan sobre “Una mujer adúltera que es
juzgada por la sociedad, queriendo apedrearla, a pesar de no haber cometido el
acto por sí sola”. Esta es una estampa
de lo que se vive en el día a día, aunque no vivamos en una sociedad donde se
apedrea a la gente.
Imagino a aquella mujer frente al Maestro, bajando su
cabeza, su rostro quizás llorando, no solo por la vergüenza, sino porque, en
más de una ocasión, ella tuvo que haber visto una acusación similar. ¿Cuánto tiempo puede durar el cuerpo de una
mujer siendo apedreado vilmente por una sociedad que no se daba cuenta que
aquello era un acto de crueldad?
Lo que nos relatan, no es muy diferente a lo que vemos
hoy. Ponemos una responsabilidad sobre
la mujer que no le corresponde. Vemos
familias completas sostenidas financieramente por una mujer, que debe cumplir
con “el papel de mamá y papá a la vez”; porque hay un hombre que abandonó el
hogar. Hijos educados ciento por ciento
por una mujer, hay hombres que no se ocupan de sus hijos, porque no tienen la oportunidad, ni la
sabiduría, “ni la responsabilidad”, porque no han tenido al Señor.
Esa es la sociedad donde vivimos, donde hay grandes
sentimientos de abandono, de abuso, de rechazo, de frustración natural y
espiritual. Muchas veces, las mujeres
entregamos nuestros sueños para ver cumplidos los de nuestros esposos y los de
nuestros hijos. Todos conocemos alguna
mujer que trabajó hasta el cansancio para sacar adelante a sus hijos. Muchos de los seres humanos somos producto de
una mujer que se encargó 100% de nosotros.
En toda historia de éxito, siempre hay una mujer, una mamá,
una hermana, una esposa, una abuelita, una hija. Todos nuestros éxitos están atados a nuestra
relación con una mujer.
De la misma manera que, lamentablemente, nuestras más
grandes frustraciones están atadas a nuestras relaciones disfuncionales con los
hombres. Dios nos da la sabiduría para
alinearnos, para volver al balance, para volver al lugar que nos corresponde
con Él. Dios levanta hombres que
entienden que tienen un trabajo que hacer con su familia. Se levantarán hombres que entienden que
tienen un deber con su esposa, sus madres, sus hermanas y sus hijos.
FELIZ DÍA DE LA MUJER