Si los desempleados no fueran más de cuatro millones y los jóvenes tuvieran acceso a más empleos formales, las cosas no se verían tan oscuras en este momento socioeconómico
Generar empleo. Es muy fácil decirlo, pero muy difícil hacerlo. Crear puestos de trabajo formales, con todas las condiciones legales de salud, vacaciones, pensiones, riesgos profesionales, cesantías y estabilidad en el tiempo es el objetivo que debe trazarse el Gobierno Nacional, pero para poder lograrlo debe trabajar con el sector productivo que es el mayor empleador en las economías de libre mercado. La ruptura se da cuando el Ejecutivo no tiene puntos de encuentro o de diálogo con los empresarios, los emprendedores, el sistema financiero y las universidades; cuando esas comunidades no hablan entre sí, ni comparten objetivos y el mismo lenguaje ni se desarrolla un clima de oportunidades para todos, las cosas se complican. Problema que crece cuando prolifera y prospera la animadversión o malquerencia por las empresas, por hacer empresa, por emprender y se esparce entre los jóvenes la nociva idea de que son los subsidios gubernamentales los que solucionan la ocupación de las personas.
Hay una población económicamente activa cercana a los 24 millones de personas, es decir todas las personas en capacidad de trabajar, de los cuales hay casi cuatro millones que están buscando trabajo, un elevado 15% de desempleo. Cuando se mira a los jóvenes las cosas son peores, 1,6 millones entre los 14 y 28 sin trabajo y muchos sin formación para el trabajo. El drama de las mujeres jóvenes es mucho más dramático, su tasa de desocupación supera 30%, incluso la tendencia de la inactivación crece sin remedio como una enfermedad social que avanza, decisión personal que condena a las nuevas generaciones a la pobreza y el subdesarrollo crónico. Cuando una sociedad no tiene la expectativa de ocuparse, conseguir una labor remunerada para progresar en su bienestar, toda la sociedad está condenada al fracaso y a tener que vivir del Estado.
Ahora que se avecinan elecciones para el Congreso y la Presidencia, el asunto de debate más importante debe ser la oferta de trabajos formales como una meta nacional. Debe lanzarse una gran campaña nacional por empleos formales que comprometa a los sectores público y privado, vincule a las universidades y se cree una hoja de ruta para la próxima década. La meta mega es que Colombia llegue a 2030 con pleno empleo y para lograrlo se deben comprometer los programas políticos, los empresarios y el Gobierno. Obvio, no puede haber pleno empleo sin un crecimiento económico por encima de 5% de manera constate, y el crecimiento sólo se garantiza con seguridad jurídica, tributaria, orden público y en libre competencia en un mercado dinámico que premie a los innovadores, emprendedores jóvenes y estimule empresarios tradicionales. Un niño solo tiene futuro si sus padres tienen un trabajo formal, estable que le resuelva sus necesidades básicas insatisfechas.
El hilo de las marchas y las protestas en todos los rincones de Colombia tiene que ver con el desempleo, que valga la justificación, se disparó en la pandemia. Bajar el desempleo a tasas de un dígito costará un par de años, pero si hay compromiso de todos, empresas, universidades y el Gobierno, el gran error que se puede cometer en este momento es creer que con subsidios se solucionan las necesidades de las personas; eso solo pasa en países del primer que tienen buscan bienestar, pero no la competitividad.