Este año empezó bastante convulsionado. El mundo económico está produciendo una gran cantidad de noticias negativas que han dejado a muchos paralizados. El listado es enorme.
Los precios del petróleo han caído por debajo de los US$30, el registro más bajo en los últimos 13 años; las perspectivas económicas globales llevaron los precios de las acciones de las petroleras a niveles histórica y trágicamente bajos. Solo Ecopetrol, la joya de la corona en el mercado de acciones colombiano, cayó por debajo de los $900.
La desaceleración en China se confirma, pues el año pasado apenas creció 6,9%, el registro más bajo en un cuarto de siglo. Esta, aunada a la liberalización cambiaria, ha hecho que el yuan se devalúe, lo que golpeó a todas las bolsas del mundo. A ello se le suma que las proyecciones económicas para este año fueron revisadas a la baja por el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Causó alarma su estimativo sobre Latinoamérica, pues el FMI espera una caída en el PIB regional de 0,3%. Este comportamiento está jalonado especialmente por Brasil, que se espera caiga 3,5%. Dicha situación podría generar un efecto contagio en el flujo de capitales hacia la región.
La preocupación que genera esta ola de malas noticias nos lleva a preguntarnos cuál debe ser la estrategia para enfrentar la dura situación. Tal y como se ha evidenciado recientemente, quizás la vulnerabilidad más grande que enfrenta el país es el déficit en cuenta corriente, un asunto sobre el cual esta revista ha insistido.
A septiembre del año pasado, el déficit en este rubro estaba ubicado en 6,6%. En economía, los déficits fiscal y externo están intrínsecamente ligados. Las variables macro de una economía son el PIB, la política monetaria, la cuenta corriente y el balance fiscal del Estado, y todos estos balances están estrechamente asociados.
Es claro que la caída en las rentas petroleras ha significado una reducción drástica en las exportaciones del país, lo que nos ha puesto ante una reducción del ingreso externo nacional. Según las más recientes cifras del Dane, a noviembre del año pasado el déficit comercial ya iba en US$14.500 millones. Sin embargo, Colombia también ha tenido un déficit estructural en su cuenta corriente, aún en épocas de altos precios del crudo, como en 2007.
El país se ha venido endeudando durante más de una década para financiar su cuenta corriente, algo que se hace evidente al ver el saldo de la deuda externa –pública y privada– que llegó a un nivel récord de US$109.280 millones (a septiembre del año pasado), según informó el Banco de la República. Lo mismo ha ocurrido con el balance fiscal, especialmente por cuenta del creciente déficit del gobierno central.
Quizás lo más importante es el hecho de que estos dos déficits están estructuralmente unidos, a tal punto que en la literatura económica a esta situación se le llama los ‘déficit gemelos’. Ello se debe a que, tal y como lo dice un manual básico del FMI sobre Balanza de Pagos, “un déficit fiscal es la principal fuente de déficit en cuenta corriente”.
En efecto, tanto el balance del sector privado (ahorro – inversión), como el balance del sector público terminan siendo financiados por ahorro externo, ya sea Inversión Extranjera Directa, inversión de portafolio, deuda o, como ocurrirá este año con los recursos de la venta de Isagen o con los provenientes de las privatizaciones, cuando estas se hacen a agentes que para financiarlas traen recursos del exterior.
El déficit de cuenta corriente no se había notado mucho gracias a la enorme llegada de recursos externos y a la enorme liquidez mundial. Pero, con la caída del precio del petróleo, esta vulnerabilidad quedó en evidencia. Ya que el déficit de cuenta corriente depende, entre otros, de las exportaciones y de las importaciones y de la capacidad que tenga el país de financiarlo, y que muchas de estas variables no están bajo el control del Gobierno, los esfuerzos deben concentrarse en el déficit fiscal. Ceteris paribus, una reducción del déficit fiscal reduciría a su vez el déficit de cuenta corriente.
Por estos motivos, la aprobación de la reforma tributaria es la pieza clave para estabilizar la economía colombiana y la prioridad de la agenda pública en economía para este año. Aplazar el debate, o que el resultado de la reforma en el Congreso no aborde los grandes temas del ingreso, podría ser catastrófico.
Es necesario ponernos serios con el tema, pues el palo no está para cucharas en materia fiscal; y por eso es necesario que, con una mano en el pecho y otra en el bolsillo, todos los sectores consideren seriamente la posibilidad de que llegó el momento de darse el lapo para lograr un sistema tributario, no solo moderno sino eficaz, para superar el más grave problema macroeconómico que tiene Colombia.
En la agenda se deben incluir todas las posibles fuentes de recursos, tales como IVA, imporrenta, 4 x 1.000, gasolina, dividendos, combustibles, impuestos regionales, entidades sin ánimo de lucro, así como temas que han brillado por su ausencia recientemente, como el tratamiento a los paraísos fiscales –léase Panamá, país con el cual parece que seguimos en negociaciones–. Pero, aún más importante, en la discusión también tiene que abordarse el tema del gasto público, que sin lugar a dudas ha contribuido a agravar el problema. La propuesta de la Comisión de Expertos llega en un momento crucial para el futuro de la economía y ofrece una fórmula para que el país se blinde frente a muchas amenazas que hoy lo acosan. En este asunto está en juego el futuro económico de Colombia.
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