Creará la tecnología una nueva forma de capitalismo?



Algunos pensadores sostienen que el mundo entró a una nueva era económica.

Mientras los optimistas ven algunas transformaciones evidentes, los cautelosos sostienen que probablemente se trate de cambios que el capitalismo terminará engullendo.
Mientras los optimistas ven algunas transformaciones evidentes, los cautelosos sostienen que probablemente se trate de cambios que el capitalismo terminará engullendo.


Ahora sí: el fin del capitalismo está cerca. No llegará mediante un movimiento obrero, sino por internautas de todo el planeta. No instalará el socialismo, sino un sistema de producción colaborativo y de consumo en red que tendrá a la tecnología como motor y plataforma. Y desembocará en un mundo en el que nos liberaremos de la necesidad de trabajar muchas horas.
¿Suena bien? Sí, aunque hablar del fin del capitalismo a los griegos, por ejemplo, pueda arrancarles una mueca de disgusto, y mencionarlo a los fondos de inversión que huyen de los países emergentes les puede provocar una sonrisa escéptica. ¿Suena conocido? También, porque casi desde sus orígenes el capitalismo ha enfrentado anuncios de fin inminente. 

La última utopía acaba de surgir de una combinación curiosa de pensamiento de izquierda y optimismo tecnófilo, y se llama ‘poscapitalismo’. Ese es justamente el título de un libro publicado en julio por el economista y periodista británico Paul Mason, que despertó de inmediato adhesiones y controversias. En rigor, este exmilitante trotskista recopila y sintetiza el diagnóstico de muchos economistas y futurólogos: de manera incipiente pero decidida, autos particulares que se comparten, personas que ofrecen su tiempo o conocimientos gratuitamente en plataformas colaborativas, impresoras 3D que traducen ideas en objetos, cooperativas de energía renovable, trabajos automatizados que liberan tiempo y una circulación incesante de información serían señales de una nueva época, impulsada por personas que valoran más vivir experiencias que acumular propiedad privada.
Mientras los optimistas ven algunas transformaciones evidentes como indicios de una revolución, los cautelosos sostienen que probablemente se trate de cambios que el inoxidable capitalismo terminará engullendo, y que en el mundo que viene convivirán diferentes formas de producción, más o menos horizontales, más o menos desmaterializadas, más o menos colaborativas, pero todas bajo el paraguas de la búsqueda de ganancias.
El espíritu de Marx
“Estamos entrando en la era poscapitalista. En el corazón del cambio está la tecnología de la información, nuevas maneras de trabajar y la economía colaborativa”, escribe Mason en un reciente artículo en The Guardian. Y sigue: “La contradicción principal hoy se da entre la posibilidad de bienes e información gratuitos y abundantes y un sistema de monopolios y gobiernos que tratan de que las cosas sigan siendo privadas, escasas y comerciales. Todo se reduce a la lucha entre la red y la jerarquía”. 
En su concepto, el poscapitalismo –que él compara con el fin del feudalismo– es el resultado de tres grandes cambios impulsados por la tecnología: la reducción de la necesidad de trabajar –por la automatización–, la abundancia de información –que contradice la lógica capitalista de la escasez– y el surgimiento de formas de producción y consumo colaborativos, por fuera de lo que el mercado considera actividades económicas. “El sector poscapitalista probablemente coexistirá con el mercado por décadas, pero el gran cambio ya está en marcha”, adelanta.
Un gran cambio en marcha también vieron Marx, –a quien Mason cita como visionario de “una economía basada en información abundante y compartida”–, y Jeremy Rifkin, el economista y consultor estrella que escribió La sociedad de coste marginal cero, en el que anticipa un mundo donde fabricar será cada vez más barato, reinará la “economía híbrida colaborativa” y las impresoras 3D convertirán a millones de personas en ‘prosumidores’, mezcla de productores y consumidores.
Las críticas a estos pronósticos llueven: la economía colaborativa no excluye el interés ni la búsqueda de ganancia; la izquierda se ha quedado sin argumentos e insiste en subestimar la capacidad del capitalismo para adaptarse a nuevos tiempos; la economía del conocimiento no consigue distribuir mejor la riqueza. Y, por supuesto: todo el asunto es una argumentación que se mira el ombligo europeo. También: hay que desconfiar de un fenómeno sin nombre propio y recordar que el prefijo ‘post’ suele terminar nombrando la radicalización de lo que pretende superar.
“Este planteamiento es la lógica actualizada del marxismo: el neoliberalismo agota la capacidad de innovación del capitalismo. No obstante, pone mucho optimismo en la tecnología y subestima la capacidad de supervivencia del capitalismo. Desde la teoría social es temerario pensar el final del capitalismo. Lo difícil de proponer una idea así es que quien lo hace es incapaz de anticipar la innovación, como le sucedió a Marx”, apunta Tomás Borovinsky, doctor en Ciencias Sociales. O sea, en el mundo social, la prospectiva es un campo minado de incertidumbres.
La idea del poscapitalismo es la nueva muletilla de una larga secuencia de profecías. Keynes decía en los 30 que el progreso nos permitiría trabajar 15 horas semanales y dedicar el resto del tiempo al goce intelectual. Otros dos economistas, Clarck y Fourastié, hablaban en esa época de un sector cuaternario de servicios intensivos en conocimiento. Daniel Bell hablaba en los 70 de posindustrialismo y Toffler lo rebautizó como la tercera ola”, enumera el economista Eduardo Levy, que acaba de publicar Porvenir.
La sociedad del ocio
Dos son los puntos más controvertidos de la utopía poscapitalista. El primero: la automatización de muchas actividades, que conduciría a reducir la necesidad de trabajar y ampliaría el tiempo libre a dimensiones impensadas. Para algunos, esta idea tiene poco de utopía y mucho de apocalipsis. Levy, por ejemplo, encuentra que “el error más interesante de Mason está en la ilusión de que la automatización es liberadora del trabajo. Lo es en la medida en que el aumento de productividad asociado no quede en manos del dueño de la máquina, sino que sea distribuido entre todos. De lo contrario, el trabajador sustituido por la máquina no es liberado sino enviado a la cola del desempleo. Paradójicamente, la ilusión de la automatización liberadora evoca la ilusión neoliberal del derrame del crecimiento: en ambos casos, sin un Estado que articule el progreso, la nueva riqueza no derrama sino que se acumula en el 10 por ciento (o el 1 por ciento) más rico”. 

Para Andrés López, jefe del Departamento de Economía de la Universidad de Buenos Aires, “trabajar menos es algo que viene ocurriendo en toda la historia del capitalismo; lo nuevo es que ahora se automatiza el trabajo intelectual. Quizás trabajemos menos en el futuro, pero no sé si eso va a ser un quiebre en el capitalismo, si entendemos capitalismo como una sociedad con propiedad privada, mercado y asalariados”.
La economía colaborativa (que se desarrolla bajo la premisa de compartir gastos, recursos y la plataforma de la tecnología) es el fenómeno donde los poscapitalistas ven las señales más claras del tiempo que viene. AirBnB –sitio que conecta a dueños de viviendas con quienes quieren alquilar habitaciones a bajo costo– o autos particulares convertidos en taxis –como Uber– son los ejemplos más conocidos, pero en la lista hay plataformas para compartir conocimientos en forma de clases o tutoriales, personas que usan sus traslados cotidianos para hacer entregas, redes de usuarios de impresoras 3D y cocinas que se abren como restaurantes ocasionales. Si antes un bien de capital era una máquina, hoy pueden serlo una habitación vacía o dos horas libres. ¿Puede eso generalizarse y convertirse en una lógica por fuera del sistema capitalista? Difícil. Los escépticos dicen que los emprendimientos que nacen con espíritu de libre intercambio suelen terminar convertidos en empresas millonarias (miren a Google).
“Es cierto que hay cosas por las que antes se pagaba y ahora no, una horizontalidad de modos de producción. Pero eso no quiere decir que deje de haber intercambio de dinero y que ya no se busque ganancia”, apunta Marcela Basch, periodista especializada en economía colaborativa y directora del sitio web El Plan C.
“No creo que haya una revolución. Sí hay transiciones y los sistemas van reaccionando a la distribución espontánea de los usuarios. La industria primero patalea, luego va a la justicia y después se acomoda. Spotify es un buen ejemplo”, añade.
¿Llegará el poscapitalismo a la periferia? “En China, India y África, el problema sigue siendo darle a la gente un trabajo capitalista con beneficios. Esa inclusión está pendiente para millones de personas. Hay economía colaborativa en el tercer mundo, pero existen límites de infraestructura. Los países en desarrollo tienen que llegar donde están los desarrollados para pasar a estas nuevas formas de producción”, advierte López.
No todos coincidirían. “En nuestra región, la economía colaborativa está muy verde. Pero si miramos el panorama de organizaciones horizontales por fuera de lo que la economía tradicional considera actividad económica, entonces estamos un paso adelante”, sostiene Basch. En concreto, muchos planteamientos del poscapitalismo, sobre todo los referidos a buscar una economía sustentable que apunte al bienestar de las personas, son primos hermanos de los argumentos del posdesarrollo en países de la periferia. “Los autores del norte están viendo cosas que acá existen hace rato, no recién a partir de la crisis del 2008. Siempre tuvimos más arraigadas en la región las maneras alternativas de producción, los modelos alternativos de desarrollo, y hoy se habla del ‘buen vivir’ y de la recuperación de formas de producción nativas”, describe Basch.
Más allá de lo acertado de los diagnósticos, hay signos en el análisis poscapitalista que no deberían dejarse pasar, aunque no se compre la utopía completa. “Brynjolsson y McAfee hablan de la nueva era de las máquinas como el momento ideal para ser un trabajador flexible y altamente calificado, y un momento terrible para no serlo. Esto nos afecta de dos maneras (en América Latina). Primero, nos encuentra mal preparados: nuestra fuerza laboral tiene una formación rígida y es intensiva en calificación media y baja. Segundo, con excepciones, nuestro aparato productivo no es tecnológicamente avanzado: nuestras empresas están expuestas –advierte Levy–. Podemos seguir cerrándonos a las nuevas tecnologías con barreras comerciales, a costa de ser menos productivos y crecer menos. O podemos abrir e importar tecnología a costa de exponer a nuestros trabajadores y empresas. El desafío es una estrategia de desarrollo intermedia que modernice a los nuevos trabajadores y empresas, mientras cuida el stock de lo que hay”.
Mirar el PIB ya no basta
Con todo, el poscapitalismo alimenta otro desafío: cómo medir la producción cuando circula por redes inasibles. El PIB parece limitado. “Se trata de toda la producción que no aparece en el producto: chats, redes sociales y demás contenidos online gratuitos. La ‘tercera revolución industrial’ produce más de lo que se mide. En esta medida, hay un acceso más ‘democrático’ a bienes y servicios, en el sentido de Mason y varios otros, que señalan que la productividad y el consumo (el bienestar) aumentan más de lo que surge de las cuentas nacionales”, señala Levy.
Como todas las utopías, el poscapitalismo también supone “un hombre nuevo”, el “ser humano conectado y educado”, como escribe Mason, generado por el mismo capitalismo (resuena Marx): “Al crear millones de personas conectadas, financieramente explotadas pero con la totalidad de la inteligencia humana a un movimiento de pulgar de distancia, el infocapitalismo ha creado un nuevo agente del cambio en la historia”. Un agente de cambio, al menos, disperso.
“Lo que falta determinar es quién va a hacer este cambio –contrapuntea López–. Creo que hay una excesiva fe en los usuarios de internet. Mason supone que la gente y los Estados pueden y quieren ser buenos. Yo no sé si se acabó el egoísmo”.
Probablemente, el modelo que viene tenga más de convivencia que de abandono y superación de lo conocido, y hasta ahora nada parece indicar que la desigualdad vaya a repararse por impulso de la tecnología. ¿Será que, parafraseando al escritor William Gibson, el futuro ya está aquí pero el problema es que no llega a todos al mismo tiempo?

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